martes, 26 de abril de 2016

Vintage vintage! (tercera parte)


Sin levantarse aún de la silla, giró hacia nosotros, abrió los brazos en un gesto de bienvenida y divertida dijo: “¿que vinieron a buscar?”.

Para mí era más que evidente, ¿para qué más va uno a una librería?.

Así y todo contesté como una nenita: “un libro”.

Me salió una voz muy rara, finita, insegura, tímida.

Entonces ella por fin se paró, y pude ver, mientras se acercaba caminando jovial hacia nosotros, que esta mujer no era de esta era.

Parecía recién bajada de la máquina del tiempo.

Todo su look era retro, de otro siglo.

Su edad, indescifrable. Vestía una pollera oscura, amplia, larga hasta la mitad de la pantorrilla, una blusita blanca llena de puntillas, con cuello redondo y mangas cortas abullonadas, un chalequito de terciopelo, bien pegado al cuerpo con muchos botoncitos adorables, su peinado, impecable, sus zapatos bajos con zoquetes completaban el atuendo. Se movía como una bailarina.

Salimos del local, y ya enfrente de su negocio, nos preguntó qué libro queríamos. Mi marido señaló uno de la vidriera. Uno cualquiera. Uno que cumplía la consigna de ser viejo, desteñido, sin mucho valor como libro, ya que lo queríamos para deshojarlo y armar una especie de collage en la pared. Nos miró aún más sonriente, visiblemente emocionada, y llevándose una mano al pecho manifestó: “Oh! Ése libro! hace mucho que lo vienen a ver en la vidriera y hoy por fin se decidieron no?”. No esperó respuesta alguna (tampoco hubiésemos sabido que contestar), y sacando un manojo de llaves de algún pliegue de la pollera, se dispuso a abrir la puerta no sin antes hacer un cálculo en voz alta “uno, dos, tres, cuatro, cinco….. uno, dos, tres”, que evidentemente eran las coordenadas precisas para encontrarlo fácilmente del otro lado.

Lo sacó, le sacudió un poco la tierra, y me lo entregó en la mano mordiéndose el labio inferior mientras me decía: “ya no hacen libros como éste, es una joyita este libro, son conocedores ustedes!”.

Sonamos!, (pensé yo), y pregunté inmediatamente el precio. “Por ser vos, y porque sé que lo vas a cuidar, cincuenta pesos”, me dijo, mientras me palmeaba la mano y abría los ojos bien grandes.

El costo estaba bien, era una suma más que accesible, tirando a barato diría yo. El problema, es que ella parecía estar entregándome un hijo y yo lo quería para descuartizarlo.

Resolví el dilema (léase expié mi culpa) comprando algunos más que no sólo no pienso romper, sino que los voy a dejar sobre una mesa ratona para que se luzcan como objetos decorativos, material de lectura interesante, y fundamentalmente como tesoros de otra época, porque…..“ya no hacen libros como éstos, son una joyita estos libros, sólo para conocedores!”. ¿Yo dije eso o escucho voces en mi cabeza?.

Para que se queden tranquilos, les cuento que decidí salvarle la vida al hijo dilecto de la señora, y en su lugar voy a sacrificar unas guías de teléfono viejas de cuando los números tenían tres dígitos. Si alguien se siente ofendido por tal sacrilegio tengo unas más actuales para arrancarles las hojas y pegarlas, que, estoy segura no le van a doler a nadie.

Por cierto, el libro que tanto amor le inspiraba a aquella bella y excéntrica dama es “Mil y una anécdotas de gente conocida” de Asenjo y Torres del Álamo, del año 1940.



Continuará……

2 comentarios:

  1. Pia! Descubri tarde para mi gusto este blog, a través de tu instagram. No paro de leerlo! Me tenes atrapada!! Amas todo lo que amo ( deco, animales, etc) Felicitaciones por lograr tu sueño y ser tan exquisita para narrarnos todo con preciso y delicado detalle! Un beso, Lau

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Hola Lau!!!!! Que lindo lo que me escribiste!!! Me alegro mucho que te haya gustado y que bueno todos los gustos que compartimos!!!! Muchísimas gracias!!!! Beso grande! Pía

      Borrar